Diálogos desde el silencio I

ACEPTAR LA VULNERABILIDAD NOS HUMILDEA

Invitada: Lourdes Flaviá i Forcada

Jueves 29 de Abril de 2021

Gracias por esta invitación a conversar sobre el tema de la humildad a partir de la vulnerabilidad y fragilidad del ser humano. Que es algo que forma parte de nuestra condición humana pero que con esta pandemia se ha visibilizado más.

Un tiempo atrás pude concurrir de nuevo a un espacio de encuentro semanal con un grupo de personas. Hacía meses que no nos juntábamos. La pandemia lo había impedido. Hablando con una de ellas, le pregunté por su familia y me comentó que habían fallecido tres de ellos, dos por el covid y el tercero, Francisco, “quiso irse”. No dijo nada más. Era suficiente. Francisco no tuvo fuerzas para resistir una vida que se le había hecho demasiado difícil, compleja, dura.

Esto me hizo pensar en cómo el covid está influyendo en nuestra vida. Por un lado:

Cambio en nuestras costumbres, horarios…

Nuestras costumbres, horarios, trabajos, hobbies, encuentros familiares o de amistad, los rituales cotidianos -que Anselm Grün denomina “pasamanos para el alma”- todo aquello que daba una cierta estructura a nuestra cotidianidad ha quedado alterado, y, en muchos casos, algo se ha quebrado, se ha roto.

El miedo

El covid ha sembrado el miedo, miedo que nos paraliza. Miedo a la incertidumbre, miedo a no lograr controlarlo todo, pánico al futuro, a no poder planificar mucho más allá de este presente precario e impredecible. El miedo nos va estrechando el campo visual hasta no ver más allá de lo inmediato.

La muerte, la sentimos más cerca que nunca

Esta pandemia nos ha puesto de frente con el límite, la enfermedad, la muerte. Nos ha situado ante el espejo de nuestra fragilidad. Somos seres que antes no éramos, que un día empezamos a existir y que un día moriremos. Somos seres frágiles, vulnerables, contingentes. Esta es nuestra realidad existencial que, sin embargo, nos empeñamos en ocultar, omitir, alejar de nuestra vida, de nuestras conversaciones, … vivimos como si nunca tuviéramos que morir.

Pero, si en vez, de soslayar esta realidad, la aceptamos como algo intrínseco a nuestro ser, pues “solo no mueren los que no existen” (A. Rubio), entonces podemos palpar que esta existencia -aún siendo limitada- es nuestra única posibilidad de ser algo en vez de nada. Podemos contemplarla como un don, un regalo para uno mismo y para los demás.

Aceptar la vulnerabilidad

ENLACE AL VIDEO
¿Qué pasa cuando aceptamos nuestra vulnerabilidad y nos mostramos vulnerables a los demás? Entonces nos hacemos profundamente cercanos/as. El contacto con nuestra vulnerabilidad nos hace más cercanas y compasivas con las otras personas. También nos hace más humanas. Si en vez de blindarnos con una especie de chaleco antibalas, reconocemos nuestras fragilidades, necesitadas/os de amor, influenciadas/os por nuestros sentimientos o por nuestros altibajos emocionales, esto nos hace más libres y más aptos para relacionarnos con los demás. Anselm Grün señala: “Solo me es posible vivir en comunidad con los demás humanos cuando estoy dispuesto a asociarme a ellos aceptándome como soy, con mis debilidades y limitaciones. Mientras persista en el intento de encubrir mis puntos débiles, mis sombras, jamás podré establecer con los otros más que contactos superficiales”. Asumir la totalidad de lo que somos es lo que nos hace libres.

La mayoría de las veces vamos por la vida cargando mochilas muy pesadas a nuestras espaldas. No nos aceptamos, no aceptamos a los otros, nos comparamos, guardamos resentimientos, rencores, quejas permanentes… ¡cuánto nos cuesta liberarnos de toda esta carga inútil! Historia de dos monjes que se fueron de viaje y encuentran a una mujer a orillas de un río que ella no sabe cómo cruzar y les pide que alguno de los dos la lleve en su espalda hasta la otra orilla. Uno de ellos se ofrece voluntario de inmediato y la cruza al otro lado. Cuando dejó a la mujer en la orilla y se despidieron, el otro monje lo reprendió: “No deberías haber hecho eso”. E insistió en esa amonestación durante kilómetros, hasta que el monje que había ayudado a la mujer le dijo: “Yo he transportado a la mujer de una orilla a la otra. Tú, sin embargo, todavía cargas con ella”. ¿Cuántas veces nosotros arrastramos pesos inútiles que nos hacen más cansadora la vida? Pesos o cargas que en gran parte proceden de nuestra soberbia existencial.

La vida, itinerario hacia la humildad

La vida es un constante aprendizaje para la muerte. Es un itinerario hacia la humildad. Cuando digo que es un aprendizaje para la muerte no me refiero solo a la muerte física, sino a esas pequeñas o no tan pequeñas muertes cotidianas de irse desprendiendo tanto de las cosas más superfluas como también el desprendimiento de las personas que amas o un desasirse de proyectos en los cuales se habían depositado grandes dosis de energía, dedicación y esfuerzo. Más que preguntarnos qué cosas nos faltan para ser más felices -pregunta usual en la sociedad del acaparamiento- más bien habría que cuestionarse qué cosas nos sobran.

La actitud vital que se desprende de la aceptación de nuestra fragilidad y vulnerabilidad es la humildad. La humildad no significa andar por la vida encorvados o arrastrándonos. Nada más lejos de ello. La humildad es el camino de descenso a la tierra, al humus, a nuestra terrenalidad. La humildad nos sitúa ante la verdad del ser, de lo que realmente somos. “La humildad es andar en verdad”, decía Teresa de Avila. Somos seres que antes no existíamos y que un día empezamos a existir. Nosotros no nos hemos dado la existencia. Nos ha sido dada. Este es el gran regalo sobre el cual podemos construir nuestra vida.

Sin embargo, vamos tan deprisa, siempre corriendo, siempre con la sensación de que no llegamos, de que el día es demasiado corto, pensando que tendría que tener más horas… y no nos damos el tiempo para detenernos y paladear el regalo de la existencia, de sentirnos vivos, de disfrutar de las pequeñas cosas que cada nuevo día nos depara.

Rosa Luxemburgo, activista social, sindicalista y filósofa, encarcelada en distintas ocasiones y por varios años y finalmente asesinada, escribió a una amiga una carta en la tercera Navidad que pasaba en prisión. Rosa había pedido un árbol de Navidad pero todo lo que le llevan es un viejo y raído arbusto, que igual ella se lo queda en su celda. Y esa noche escribió en esa carta: “Estoy aquí sola y en silencio, envuelta en los múltiples y negros envoltorios de la oscuridad, el tedio, la falta de libertad y el invierno, y sin embargo, mi corazón late con una alegría interior inconmensurable e incomprensible… En estos momentos pienso en ti y también podría darte esta llave mágica. Entonces, en todo momento y en todos los lugares, podrías ver la belleza y la alegría de la vida… Pero cuando busco en mi mente la causa de esta alegría, descubro que no hay causa y solo puedo reírme de mí misma. Creo que la clave del enigma es simplemente la vida misma”.

La humildad nos lleva a la autenticidad, a reconciliarnos con nosotros mismos y con la realidad. Lo contrario es buscar refugio en idealismos que nos alejan del punto de contacto con la realidad de cada día. La humildad es el cable a tierra. Para Jung, la humildad es el valor de mirar de frente las propias sombras.

Si aspiramos a un horizonte de plenitud como seres humanos, el sendero es el de la humildad. Para ascender, es decir, para evolucionar como ser humano, hay que bajar al fondo de uno mismo. Alfredo Rubio, médico, sacerdote, poeta, formador de personas, señalaba varios peldaños descendentes para humildear nuestro ser:

- El primero, aceptar nuestra existencia que es limitada. Podíamos no haber existido si nuestros padres no se hubieran conocido o hubieran hecho el amor en otro momento. Hubieran nacido otras u otros, nosotras no. O sea, no somos seres necesarios, somos contingentes. Y todos moriremos. Y aceptar con alegría esta existencia, que es limitada es el primer grado de humildad.

- Otro peldaño: reconocer que no sabemos amar como quisiéramos. San Pablo: Hacemos el daño que no queremos y no hacemos el bien que deseamos. La vida es un aula de aprendizaje del amor autentico.

- Otro peldaño en el descenso hacia la humildad: enfrentar con paciencia y sin entristecernos, los muchos fracasos de toda índole que nos van agrietando. Lo cual no es fácil, en un mundo donde se alaba y se promueve el ser exitoso y donde no hay lugar para el fracaso.

- Otro peldaño: la traición de gente, incluso cercanos, amigos…

- O el sentir que te odian.

- Y peor aún que el odio, la indiferencia. El sentir que no eres nada para nadie.

- Creo – decía Rubio- que aún falta un peldaño más para llegar a la verdadera humildad:

el aceptar gozosamente que nos vayan olvidando poco a poco incluso ya en nuestra vida, hasta llegar al total olvido; como si se quitasen al fin, un fardo inútil de sus espaldas. Y es curioso; al pensar en ello con paz, se siente una desconocida alegría al presentirnos del todo olvidados. La humildad nos va llevando -¡qué sorpresa!- a la liberación. A palpar de nuevo la tierra ignota, el "algo" desconocido, el "alguien" presentido, que fue la primera apoyatura de mi ser. Y de mi yo.

Si nos detenemos a pensar por unos instantes en estos escalones descendentes hacia la humildad, no deja de sorprender. ¿Cómo se puede sentir esa “desconocida alegría” que señala el autor, ante el límite, la indiferencia, odio, olvido, traición…? Él mismo lo dice, la humildad nos lleva a la liberación. Nos libera de todo afán de protagonismo, de búsqueda de valoración externa, de exaltación del ego, de autocomplacencia, de autosuficiencia… y nos acerca a lo más profundo de nuestro ser en donde nos encontramos con el yo autentico y con el sentido de la vida, de la vida de cada una/o.

Llama la atención que personas que pasaron por situaciones de extrema crueldad y sufrimiento, como Etty Hillessum o Viktor Frankl, ambos en campos de concentración nazis, fueron capaces de ser una luz de esperanza en medio de tanta desolación. ¿Por qué? Porque ellos decidieron ser esa luz, porque el sentido de su vida en esas circunstancias tan extremas, era dar consuelo, esperanza, acompañamiento a los otros prisioneros de los campos de exterminio. Etty, Viktor y tantos otros que, desprendiéndose de sí mismos, olvidándose de sí, se entregaron por completo a ser bálsamo para quienes como ellos, eran víctimas inocentes del poder, del fanatismo y del sinsentido. En esas circunstancias del sin-sentido ellos, con su vida, entregaron esperanza y sentido.

Si antes decíamos que el miedo estrecha la mirada y el corazón, la humildad lo ensancha. Por una parte, es camino de liberación porque nos libera de nuestro falso “yo”, del ego y, por otra, implica crecer en confianza y en abandono. Abandono, no de resignación, sino de dinamismo interno que te orienta hacia donde fluye la vida. Dinamismo que te empuja a no buscar refugio en realidades paralelas que solo existen en nuestra mente, sino a mirar la real realidad de frente, a no darle la espalda, porque es desde ahí que podremos seguir “creando, desarrollando, descubriendo, investigando, explorando, nuestro futuro” como señala J. Bucay, sin temor a abordar los cambios que esto conlleve.

El camino de la humildad es camino de transformación. Ser humilde es ser realista y ser realista es la mejor manera de poder diseñar un futuro mejor, reflexionando y dialogando juntos sobre qué mundo queremos construir después del covid. Un mundo que, ojalá, no deje a nadie atrás.

Un fruto de la humildad: ser agradecidos

Antes he señalado la queja como algo muy presente en nuestra vida. Bien, pues uno de los frutos de la humildad es ser agradecidos. La humildad nos ayuda a percibir el don. El don de la vida y de todo lo que de ella se desprende. Pero hay que dar un paso más: ser agradecidos por lo que no se nos da. Porque ello nos ayuda a crecer en esperanza, fortaleza y confianza. Viene al caso el testimonio de una mujer: “Me gusta dar gracias a Dios por todo lo que me da, y siempre es tanto que no tengo palabras para describirlo. Siento, sin embargo, que también debo agradecerle lo que no me da, las cosas que hubieran sido buenas y no tuve, y que incluso pedí y deseé mucho, pero no encontré. El hecho de que no me las dieran me obligó a descubrir fuerzas que no sabía que tenía y, en cierto modo, me permitió ser yo misma”.

Lourdes Flavià i Forcada
Antropóloga
Murtra Sta Maria del Silencio
Chile

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Agradecemos sus aportes